viernes, 13 de marzo de 2015


Pedro Gonzalo Castro Maldonado, “Pedro Chapuza”, oriundo de Capacho de Táchira falleció en San Cristóbal el 21 de enero de 1975. Tenía 53 años de edad. Fue un personaje famoso de la ciudad quien por años estuvo en el Cementerio Municipal con sus camándulas y su infaltable casco rezándole a los muertos. La famosa fotografía que lo registra fue tomada por J. A. Rodríguez Silvera.
Su atuendo de soldado en desuso, su gorra abatida o resignada, su casco de minero en la soledad del espacio, sus bolsillos llenos de comida, papeles y un rosario grasoso por la paz casi metálica de su uso, aun cuando al llegar al Cementerio Municipal, sitio preferente de su vocación religiosa, o a algún velorio, lo guindaba del cuello para la salvación de las almas que él alimentaba espiritualmente con sus oraciones a veces truncas, lo identificaban como el desabrido transeúnte de sonrisa apretada bajo unos bigotes achinados y característica de un rostro aindiado, más severo que cordial, como si en verdad fuese un profeta de la resignación y de la sombra tratando de predicar en un mundo vacío de sinceridad y de amistad…
Al comenzar los sepultureros la tarea de cavar la tierra, él empezaba espontáneamente a rezar un rosario, y si los dolientes y amigos no contestaban a tiempo o algunos soslayaban la obligación de rezar por el muerto, él interrumpía su oración para preguntar si no sabían rezar y así obligaba a todos a participar en su misión de enjugar las lágrimas… En los velorios procedía igual, pero alguna vez –cosa que pudo suceder antes o después- él rezaba y casi nadie contestaba, acaso por su presencia e indumentaria de pobre y entrometido y más bien había sonrisas burlonas. El interrumpió el rezo y caminó hacia atrás, para no darle la espalda a la peña orlada de flores y cirios, y cuando estuvo a la entrada de la habitación donde estaba el difunto, espetó: ¡Carajo! ¿Es que les duele la jeta para rezar?...
En su casco echaba la comida que le era dada o que adquiría en su itinerario de viandante desprevenido. Le gustaban las sardinas con pan y al terminar echaba una Coca Cola o cualquier bebida en el casco, lo cual era un modo de dejarlo limpio o lavarlo sacudiendo el mismo. Gozaba con su personal y peculiar costumbre de simplificar la vida. Y hasta en ocasiones usaba el casco como bacinilla, y si alguien protestaba, respondía que los orines eran suyos… Cuando iba por la calle solía jugar con una coca o perinola… se lucía con la muchachada repitiendo hacia atrás y adelante los arrechungues de su coca para demostrar la destreza que algunos admiraban o envidiaban, mientras un tabaco de sabor y olor barato se movía en su boca.


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