Su
atuendo de soldado en desuso, su gorra abatida o resignada, su casco de minero
en la soledad del espacio, sus bolsillos llenos de comida, papeles y un rosario
grasoso por la paz casi metálica de su uso, aun cuando al llegar al Cementerio
Municipal, sitio preferente de su vocación religiosa, o a algún velorio, lo
guindaba del cuello para la salvación de las almas que él alimentaba
espiritualmente con sus oraciones a veces truncas, lo identificaban como el
desabrido transeúnte de sonrisa apretada bajo unos bigotes achinados y
característica de un rostro aindiado, más severo que cordial, como si en verdad
fuese un profeta de la resignación y de la sombra tratando de predicar en un
mundo vacío de sinceridad y de amistad…
Al
comenzar los sepultureros la tarea de cavar la tierra, él empezaba
espontáneamente a rezar un rosario, y si los dolientes y amigos no contestaban
a tiempo o algunos soslayaban la obligación de rezar por el muerto, él
interrumpía su oración para preguntar si no sabían rezar y así obligaba a todos
a participar en su misión de enjugar las lágrimas… En los velorios procedía
igual, pero alguna vez –cosa que pudo suceder antes o después- él rezaba y casi
nadie contestaba, acaso por su presencia e indumentaria de pobre y entrometido
y más bien había sonrisas burlonas. El interrumpió el rezo y caminó hacia
atrás, para no darle la espalda a la peña orlada de flores y cirios, y cuando
estuvo a la entrada de la habitación donde estaba el difunto, espetó: ¡Carajo!
¿Es que les duele la jeta para rezar?...
En
su casco echaba la comida que le era dada o que adquiría en su itinerario de
viandante desprevenido. Le gustaban las sardinas con pan y al terminar echaba
una Coca Cola o cualquier bebida en el casco, lo cual era un modo de dejarlo
limpio o lavarlo sacudiendo el mismo. Gozaba con su personal y peculiar
costumbre de simplificar la vida. Y hasta en ocasiones usaba el casco como
bacinilla, y si alguien protestaba, respondía que los orines eran suyos… Cuando
iba por la calle solía jugar con una coca o perinola… se lucía con la
muchachada repitiendo hacia atrás y adelante los arrechungues de su coca para
demostrar la destreza que algunos admiraban o envidiaban, mientras un tabaco de
sabor y olor barato se movía en su boca.
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