Leer teatro es
como leer una receta de cocina…
La lectura de
una obra de teatro se distingue en varios aspectos de la lectura de una novela
o un poema.
Según la
tradición, la lectura de novelas y poemas se percibe como una lectura independiente y autosuficiente.
Se considera completa, a pesar de que el lector ‘ingenuo’ no sea capaz de
descubrir en el texto leído los aspectos que los críticos literarios ya
identifican durante su primer contacto con la novela o el poema.
En el extremo
opuesto, se practica la lectura de una obra de teatro que se define como incompleta,
insuficiente y subordinada. Aunque, aguzada notablemente por la
experiencia de un lector bien informado, la lectura del texto dramático, así
como la lectura de un guión cinematográfico, de las instrucciones de uso de una
aparato o de una receta culinaria, son lecturas previas que anteceden
el encuentro esencial con el espectáculo o película, la utilización adecuada
del aparato, o la degustación experimentada del plato.
Diremos que la
lectura de las novelas y los poemas es, principalmente, una lectura literaria,
que presupone la idea de experimento mental, de encuentro imaginario con el yo
secreto de un autor, de juego existencial. (…) Afirmaremos, por el contrario,
que la lectura de los textos dramáticos, de las instrucciones, de las recetas
culinarias…es, principalmente, la lectura operativa que posibilita o instaura
una nueva forma de actividad, al constituir su aprendizaje previo
indispensable.
(…)
Si bien, cabe
destacar que el texto dramático se presta, por excelencia, a dos lecturas
diferentes. La primera, literaria, equivale a un juego interpretativo, a un
experimento mental que el lector ‘pasivo’ efectúa en solitario,
frente al texto. Esta lectura no siempre depende de un espectáculo propiamente
dicho. De hecho, son escasos los espectadores que van a leer una obra de teatro
antes de acudir a su representación.
A pesar de que
la lectura literaria de la obra desemboque en un espectáculo mental denominado
por Banu como el teatro de la memoria, éste último no va a influir en el
espectáculo “de carne y hueso”. Como mucho va a modular la recepción del
espectador que ha tenido la suerte de establecer, simultáneamente un contacto
imaginario (de lectura) y de contacto real (de participación en el espectáculo)
con el texto dramático.
La segunda
lectura, operativa, consiste en el trabajo interpretativo elaborado por una colectividad
lectora ‘activa’ compuesta por el director de escena de la compañía,
con el fin de transformar el texto dramático en espectáculo. Desde ese punto de
vista, el texto del autor dramático es un guión teatral, el equivalente a las
partituras para conciertos o de las recetas culinarias. Es, dicho de modo más
sencillo, la receta de un espectáculo (las instrucciones de uso de una obra
teatral constituidas por el texto de la puesta en escena)
¿Tomamos el
aperitivo o cocinamos?
Monique
Martínez
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