jueves, 26 de marzo de 2015

Leer teatro es como leer una receta de cocina… 
La lectura de una obra de teatro se distingue en varios aspectos de la lectura de una novela o un poema. 
Según la tradición, la lectura de novelas y poemas se percibe como una lectura independiente y autosuficiente. Se considera completa, a pesar de que el lector ‘ingenuo’ no sea capaz de descubrir en el texto leído los aspectos que los críticos literarios ya identifican durante  su primer contacto con la novela o el poema. 
En el extremo opuesto, se practica la lectura de una obra de teatro que se define como incompleta, insuficiente y subordinada. Aunque, aguzada notablemente por la experiencia de un lector bien informado, la lectura del texto dramático, así como la lectura de un guión cinematográfico, de las instrucciones de uso de una aparato o de una receta culinaria, son lecturas previas que anteceden el encuentro esencial con el espectáculo o película, la utilización adecuada del aparato, o la degustación experimentada del plato.
Diremos que la lectura de las novelas y los poemas es, principalmente, una lectura literaria, que presupone la idea de experimento mental, de encuentro imaginario con el yo secreto de un autor, de juego existencial. (…) Afirmaremos, por el contrario, que la lectura de los textos dramáticos, de las instrucciones, de las recetas culinarias…es, principalmente, la lectura operativa que posibilita o instaura una nueva forma de actividad, al constituir su aprendizaje previo indispensable.
(…) 
Si bien, cabe destacar que el texto dramático se presta, por excelencia, a dos lecturas diferentes. La primera, literaria, equivale a un juego interpretativo, a un experimento mental que el lector ‘pasivo’ efectúa en solitario, frente al texto. Esta lectura no siempre depende de un espectáculo propiamente dicho. De hecho, son escasos los espectadores que van a leer una obra de teatro antes de acudir a su representación.
 A pesar de que la lectura literaria de la obra desemboque en un espectáculo mental denominado por Banu como el teatro de la memoria, éste último no va a influir en el espectáculo “de carne y hueso”. Como mucho va a modular la recepción del espectador que ha tenido la suerte de establecer, simultáneamente un contacto imaginario (de lectura) y de contacto real (de participación en el espectáculo) con el texto dramático.
La segunda lectura, operativa, consiste en el trabajo interpretativo elaborado por una colectividad lectora ‘activa’ compuesta por el director de escena de la compañía, con el fin de transformar el texto dramático en espectáculo. Desde ese punto de vista, el texto del autor dramático es un guión teatral, el equivalente a las partituras para conciertos o de las recetas culinarias. Es, dicho de modo más sencillo, la receta de un espectáculo (las instrucciones de uso de una obra teatral constituidas por el texto de la puesta en escena)

¿Tomamos el aperitivo o cocinamos?
Monique Martínez


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