El cronista acarigueño Carlos Ojeda, inseparable de su paisano turenense Manuel
Graterol Santander, en la pueblerina aldea que era Acarigua compartió junto al
segundo innumerables anécdotas que hoy parecen extraídas del mundo irreal. Uno
de esos cuentos en el viejo cementerio de Matardita, ocurrido al desaparecido
humorista, vinculará para la guasa local la chanza con los mitos de espantos y
“aparecidos”.
Muchos
fueron los años que el gran humorista, poeta y periodista Manuel Graterol
Santander, mejor conocido en los bajos fondos literarios como “Graterolacho”,
pasó en Píritu.
Una vez, Manuel de Jesús tuvo que trasladarse a Turen a la casa de su padre, Manuel Ramón Graterol y su tío Don Hila, en busca de recursos alimentarios y otros pormenores. En esa oportunidad, su padre le regaló un par de alpargatas que, a que Simón Saavedra costaban real y medio y el poeta más contento que muchacho en tranvía se sintió el niño más feliz del mundo.
En lugar de estrenárselas, para que no se le acabaran nunca, se las guindo en la correa y comenzó su regreso a Píritu, con tan mala suerte que llegando a Taparones, no se dio cuenta de la gran cantidad de vidrios de botella que estaban en el camino y uno se le introdujo en el talón, pero el poeta sin percatarse del daño que sufrió su pie derecho grito complacido, ¡Virgen del Rosario de lo que se salvaron mis alpargatas!
Ya viviendo en Acarigua, una vez se vino caminando desde Turen por la vía La Misión. Cuando llegaba al cementerio, en horas nocturnas una señora gorda se le atravesó en su vía y el poeta Graterol como conocedor del terreno le dijo: ¡Señora, usted si es temeraria, no le da miedo a estas horas apostada en la pared del cementerio Acarigueño! Y la señora con mucha rapidez le contesto: ¡Cuando estaba viva si me daba miedo! Y desapareció, mientras que el poeta del susto le dio tremendo patatús.
Una vez, Manuel de Jesús tuvo que trasladarse a Turen a la casa de su padre, Manuel Ramón Graterol y su tío Don Hila, en busca de recursos alimentarios y otros pormenores. En esa oportunidad, su padre le regaló un par de alpargatas que, a que Simón Saavedra costaban real y medio y el poeta más contento que muchacho en tranvía se sintió el niño más feliz del mundo.
En lugar de estrenárselas, para que no se le acabaran nunca, se las guindo en la correa y comenzó su regreso a Píritu, con tan mala suerte que llegando a Taparones, no se dio cuenta de la gran cantidad de vidrios de botella que estaban en el camino y uno se le introdujo en el talón, pero el poeta sin percatarse del daño que sufrió su pie derecho grito complacido, ¡Virgen del Rosario de lo que se salvaron mis alpargatas!
Ya viviendo en Acarigua, una vez se vino caminando desde Turen por la vía La Misión. Cuando llegaba al cementerio, en horas nocturnas una señora gorda se le atravesó en su vía y el poeta Graterol como conocedor del terreno le dijo: ¡Señora, usted si es temeraria, no le da miedo a estas horas apostada en la pared del cementerio Acarigueño! Y la señora con mucha rapidez le contesto: ¡Cuando estaba viva si me daba miedo! Y desapareció, mientras que el poeta del susto le dio tremendo patatús.
Manuel
Graterol, "Graterolacho"
Texto,
Carlos Ojeda
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